Leía hoy en un periódico local un artículo sobre el efecto Clever Hans. Han visto alguna vez esos programas sobre animales que adivinan cuánto es 2+2 con sólo golpear sus patas o rechinar los dientes o algo así por el estilo? Yo pensaba que eso era cosa de ahora, de los amos que no tienen nada mejor que hacer que sentarse a enseñarles matemáticas a sus mascotas o simplemente de aquellos que tienen una gran obsesión para que los animales parezcan personas y ganar con ello alguna extra de dinero. Pero no, resulta ser que para 1891, un alemán de apellido von Osten mostraba su caballo por todas partes porque le había enseñado aritmética, y éste respondía golpeando su pata contra el suelo. Se llamaba Hans, el inteligente. Por supuesto, algún prójimo se dedicó a estudiar el truco detrás del caballo y sí, fue un psicólogo (para variar). A la conclusión que llegó este señor, fue que el equino sólo ocupaba dos cosas para responder bien cada pregunta: hacer cntacto visual con su amo y que su amo conociera la respuesta! Porque a medida que el pobre Hans se acercaba a la respuesta correcta, la expresión facial, la tensión y la postura de su amo cambiaban y cuando daba en lo cierto, su amo le indicaba detenerse. El truco es hablar en clave... Este estudio se propagó y se conoce hoy día como el Efecto Clever Hans (sí, en honor al caballo, por lo menos lleva su nombre! Mandaría sino, después de tantos golpes que se llevó el pobre!). La cosa es que el estudio se extendió hacia las personas, y la conclusión es que en muchas ocasiones no hace falta hablar para entenderse. Muchas veces las palabras sobran, los gestos nos delatan y las miradas dicen mucho más.